Santander, 11 de junio de 2025.
A nivel nacional, la política española atraviesa una fase de profunda tensión que pone en jaque la percepción de nuestras instituciones. Por un lado, un Gobierno sostenido por acuerdos con formaciones que defienden planteamientos independentistas ha generado, legítimamente o no, recelos sobre hasta qué punto se prioriza la unidad de España frente a intereses partidistas. Las recientes filtraciones que apuntan a intentos de debilitar a la UCO de la Guardia Civil solo han ahondado la sensación de que determinados resortes del Estado pueden estar siendo instrumentalizados para proteger a quienes ocupan el poder, en lugar de servir al interés general. Esa dinámica de confrontación —con acusaciones de “cloacas” por una parte y críticas de “populismo” por la otra— está agotando la paciencia de muchos ciudadanos y ensombrece los retos que de verdad necesitamos abordar: la recuperación económica, la reforma de justicia y la cohesión social.
En mi opinión, España necesita reencontrarse con el espíritu pragmático y dialogante del pacto constitucional de 1978, recuperando la capacidad de construir mayorías amplias más allá de trincheras ideológicas. El bien común debería primar sobre los cálculos electorales, y la política, en lugar de convertirse en un pulso de bloques estériles, debe volver a ser el arte de pactar soluciones. Solo así podremos afrontar con éxito desafíos como la modernización económica, la sostenibilidad del Estado de bienestar y una verdadera regeneración institucional. Mientras no recuperemos esa voluntad de consenso, seguiremos asistiendo a manifestaciones de desconcierto ciudadano que, aunque legítimas, no podrán reemplazar el imprescindible acuerdo de fondo que España reclama.
Frente al estado de ánimo que atraviesa España, Feijóo decidió dar un paso al frente y convocar una gran manifestación en Madrid el 8 de junio de 2025 bajo el contundente lema “Mafia o Democracia”. No se trata de un recurso literario exagerado, sino de señalar sin ambages lo que, según el líder popular, parecen prácticas propias de una organización mafiosa: ataques sistemáticos a jueces, presiones sobre la Guardia Civil, mentiras sucesivas y un pañuelo que cubre escándalo tras escándalo. Como bien resumió Cuca Gamarra, “Estamos hablando de las cloacas de Moncloa. Los españoles que estén hartos de tanta corrupción deben alzar su voz”.
Pero Feijóo fue más allá del reproche partidista: hizo un llamamiento a todos los ciudadanos, sin distinción de siglas, para que acudieran a la plaza y reclamaran un pacto nacional por la decencia. “Esto no va de intereses de partido, va de intereses de país. No son siglas contra siglas, es la defensa de la decencia”, aseguró poco antes, impartiendo el germen de lo que él mismo denominó “la revolución de la decencia” en España. Entre las demandas más claras de aquel día figuraba que el Gobierno “se rinda ante la democracia” y convoque elecciones anticipadas, convencidos de que el actual Ejecutivo ha perdido legitimidad tras sus pactos y casos de corrupción. En definitiva, el 8J se concibió como un grito colectivo de “¡Basta ya!” dirigido al presidente Sánchez y una exigencia firme de urnas cuanto antes.
La convocatoria del 8J rapidamente resonó con fuerza en toda España, y Cantabria, no fue una excepción. El PP de Cantabria, de la mano de María José Sáenz de Buruaga, se encargó de la logística: fletaron autobuses para todos aquellos simpatizantes que quisieran participar tuvieran los medios para hacerlo y sumar nuestra voz en Madrid para reclamar un Gobierno con rumbo claro y evitar que cada escándalo tape al anterior.
Aquella madrugada, salimos más de trescientas personas desde Santander con ilusión. En el autobús, entre charlas y cánticos espontáneos, se respiraba la energía de quien sabe que va a formar parte de la familia más grande en Cantabria, sin importar procedencia o gustos a todos nos unía una meta, una única convicción, la defensa de nuestra democracia. Con banderas de España, agua y algo de protección solar --porque el carlo madrileño aprieta-- emprendimos el viaje. Si Cantabria ha sido capaz de cambiar en las últimas elecciones, era hora de contagiar ese despertar a toda la nación.
Al llegar a media mañana a la Plaza de España, el pulso de la ciudad era electrizante. Bajamos del autobús en la Calle Princesa y nos fundimos en una marea de banderas rojigualdas que venían de cada rincón del país. Ver lñla enseña de Cantabria ondear junto a tantas banderas nacionales me llenó de una sensación de orgullo y patriotismo que es inexpresable, porque aquella mañana, no eramos sólo cántabros: éramos españoles unidos por una misma exigencia de regeneración, y valentía cívica contra el Sanchismo.
Aquella mañana del 8 de junio, a partir de las 11:00, la Plaza de España se convirtió en un mar de banderas rojigualdas. Decenas de miles de personas habíamos acudido a la cita: mientras el PP hablaba de más de cien mil asistentes, la Delegación del Gobierno estimó entre 45.000 y 50.000, pero lo importante no eran las cifras exactas, sino la fuerza colectiva que se palpaba en cada rincón. En el escenario, ni rastro de siglas partidistas: solo el inmenso ondear de la enseña nacional y pancartas hechas a mano con mensajes tan directos como “Sánchez dimisión” o “Urnas ya”. Antes incluso de que arrancaran los discursos, la plaza estalló en gritos de “¡España, España!” y “¡Libertad, libertad!”, como si cada voz clamara en coro la misma exigencia.
Como detalle curioso, la concentración comenzó al ritmo de “Venecia” de Hombres G, un guiño irónico que arrancó sonrisas y algún que otro estribillo compartido. Fue un soplo de ligereza antes de volver al ánimo serio y reivindicativo que marcó el resto de la jornada. Aquel instante dejó claro que “Mafia o Democracia” no era solo un lema: era la declaración de intenciones de un pueblo que exigía limpieza, transparencia y la convocatoria urgente de elecciones.
Voces en el escenario y mensajes clave
Desde la tribuna, Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida ejercieron de perfectos anfitriones. Ayuso, breve pero directa, agradeció a todos “defender la dignidad democrática” y puso en valor el papel de cada español presente. Almeida, en cambio, encendió la plaza con un grito que todavía resuena en mi memoria: “¡Somos la España constitucional del 78 que dice basta ya! No nos resignamos”. Con ironía afilada, explicó que calificar Moncloa de “mafia” no era un arrebato retórico, sino una denuncia de quienes, a su juicio, “usan el poder para el negocio familiar y no para servir a los ciudadanos”.
El clímax llegó con Alberto Núñez Feijóo. Subió al estrado flanqueado por barones autonómicos —entre ellos, nuestra María José Buruaga— y por figuras como José María Aznar y Mariano Rajoy. Con voz firme y pausada, Feijóo lanzó un reto claro a Pedro Sánchez: “Ríndase a la democracia. Convoque elecciones, porque nadie le votó para esto”. La plaza estalló en aplausos y en un unísono “¡Sánchez dimisión!”.
Prosiguió asegurando estar “preparado para liderar la revolución de la decencia y la libertad que España necesita” y resumió el sentir general con una frase que me estremeció: “España está cansada, pero no rendida frente a un presidente que se esconde y miente”. Prometió que el PP “volverá a reunir a la mayoría de los españoles” y que no descansará hasta “devolver la dignidad a nuestras instituciones”. Su cierre —“España está preparada y yo estoy listo. Solo falta que Sánchez encuentre el coraje para poner las urnas”— fue recibido con una ovación interminable.
Yo, allí en medio, noté un escalofrío. Miré alrededor y vi miradas cargadas de emoción, algunos con lágrimas contenidas. Aquella mezcla de indignación y esperanza confirmaba que estábamos siendo testigos de un momento histórico: ciudadanos unidos, reclamando democracia real, transparencia y elecciones ya.